miércoles, 29 de febrero de 2012

EL LOBO DE GUBBIO




SAN FRANCISCO tenía un don especial para con las criaturas....

EL LOBO DE GUBBIO

De Florecillas de San Francisco (capítulo XXI), siglo XIV, de autor anónimo.

En el tiempo en que San Francisco moraba en la ciudad de Gubbio, apareció en la comarca un grandísimo lobo, terrible y feroz, que no sólo devoraba los animales, sino también a los hombres; hasta el punto de que tenía aterrorizados a todos los habitantes, porque muchas veces se acercaba a la ciudad. Todos iban armados cuando salían de la ciudad, como si fueran a la guerra; y aun así, quien topaba con él estando solo no podía defenderse. Era tal el terror, que nadie se aventuraba a salir de la ciudad.
San Francisco, movido a compasión de la gente del pueblo, quiso salir a enfrentarse con el lobo, desatendiendo los consejos de los habitantes, que querían a todo trance disuadirle. Y, haciendo la señal de la cruz, salió fuera del pueblo con sus compañeros, puesta en Dios toda su confianza. Como los compañeros vacilaran en seguir adelante, San Francisco se encaminó resueltamente hacia el lugar donde estaba el lobo. Cuando he aquí que, a la vista de muchos de los habitantes, que habían seguido en gran número para ver este milagro, el lobo avanzó al encuentro de San Francisco con la boca abierta; acercándose a él, San Francisco le hizo la señal de la cruz, lo llamó a sí y le dijo:

— ¡Ven aquí, hermano lobo! Yo te mando, de parte de Cristo, que no hagas daño ni a mí ni a nadie.

¡Cosa admirable! Apenas trazó la cruz San Francisco, el terrible lobo cerró la boca, dejó de correr y, obedeciendo la orden, se acercó mansamente, como un cordero, y se echó a los pies de San Francisco. Entonces, San Francisco le habló en estos términos:

— Hermano lobo, tú estás haciendo daño en esta comarca, has causado grandísimos males maltratando y matando las criaturas de Dios sin su permiso; y no te has contentado con matar y devorar las bestias, sino que has tenido el atrevimiento de dar muerte y causar daño a los hombres, hechos a imagen de Dios. Por todo ello has merecido la horca como ladrón y homicida malvado. Toda la gente grita y murmura contra ti y toda la ciudad es enemiga tuya. Pero yo quiero, hermano lobo, hacer las paces entre ti y ellos, de manera que tú no les ofendas en adelante, y ellos te perdonen toda ofensa pasada, y dejen de perseguirte hombres y perros.

Ante estas palabras, el lobo, con el movimiento del cuerpo, de la cola y de las orejas y bajando la cabeza, manifestaba aceptar y querer cumplir lo que decía San Francisco. Díjole entonces San Francisco:

— Hermano lobo, puesto que estás de acuerdo en sellar y mantener esta paz, yo te prometo hacer que la gente de la ciudad te proporcione continuamente lo que necesitas mientras vivas, de modo que no pases ya hambre; porque sé muy bien que por hambre has hecho el mal que has hecho. Pero, una vez que yo te haya conseguido este favor, quiero, hermano lobo, que tú me prometas que no harás daño ya a ningún hombre del mundo y a ningún animal. ¿Me lo prometes?

El lobo, inclinando la cabeza, dio a entender claramente que lo prometía. San Francisco le dijo:

— Hermano lobo, quiero que me des fe de esta promesa, para que yo pueda fiarme de ti plenamente.

Tendióle San Francisco la mano para recibir la fe, y el lobo levantó la pata delantera y la puso mansamente sobre la mano de San Francisco, dándole la señal de fe que le pedía. Luego le dijo San Francisco:

— Hermano lobo, te mando, en nombre de Jesucristo, que vengas ahora conmigo sin temor alguno; vamos a concluir esta paz en el nombre de Dios.

El lobo, obediente, marchó con él como manso cordero, en medio del asombro de los habitantes. Corrió rápidamente la noticia por toda la ciudad; y todos, grandes y pequeños, hombres y mujeres, jóvenes y viejos, fueron acudiendo a la plaza para ver el lobo con San Francisco. Cuando todo el pueblo se hubo reunido, San Francisco se levantó y les predicó, diciéndoles, entre otras cosas, cómo Dios permite tales calamidades por causa de los pecados; y que es mucho más de temer el fuego del infierno, que ha de durar eternamente para los condenados, que no la ferocidad de un lobo, que sólo puede matar el cuerpo; y si la boca de un pequeño animal infunde tanto miedo y terror a tanta gente, cuánto más de temer no será la boca del infierno.

— Volveos, pues, a Dios, carísimos, y haced penitencia de vuestros pecados, y Dios os librará del lobo al presente y del fuego infernal en el futuro.

Terminado el sermón, dijo San Francisco:

— Escuchad, hermanos míos: el hermano lobo, que está aquí ante vosotros, me ha prometido y dado su fe de hacer paces con vosotros y de no dañaros en adelante en cosa alguna si vosotros os comprometéis a darle cada día lo que necesita. Yo salgo fiador por él de que cumplirá fielmente por su parte el acuerdo de paz.

Entonces, todo el pueblo, a una voz, prometió alimentarlo continuamente. Y San Francisco dijo al lobo delante de todos:

— Y tú, hermano lobo, ¿me prometes cumplir para con ellos el acuerdo de paz, es decir, que no harás daño ni a los hombres, ni a los animales, ni a criatura alguna? El lobo se arrodilló y bajó la cabeza, manifestando con gestos mansos del cuerpo, de la cola y de las orejas, en la forma que podía, su voluntad de cumplir todas las condiciones del acuerdo.

Añadió San Francisco:

— Hermano lobo, quiero que así como me has dado fe de esta promesa fuera de las puertas de la ciudad, vuelvas ahora a darme fe delante de todo el pueblo de que yo no quedaré engañado en la palabra que he dado en nombre tuyo. Entonces, el lobo, alzando la pata derecha, la puso en la mano de San Francisco. Este acto y los otros que se han referido produjeron tanta admiración y alegría en todo el pueblo, así por la devoción del Santo como por la novedad del milagro y por la paz con el lobo, que todos comenzaron a clamar al cielo, alabando y bendiciendo a Dios por haberles enviado a San Francisco, el cual, por sus méritos, los había librado de la boca de la bestia feroz.

El lobo siguió viviendo dos años en Gubbio; entraba mansamente en las casas de puerta en puerta, sin causar mal a nadie y sin recibirlo de ninguno. La gente lo alimentaba cortésmente, y, aunque iba así por la ciudad y por las casas, nunca le ladraban los perros. Por fin, al cabo de dos años, el hermano lobo murió de viejo; los habitantes lo sintieron mucho, ya que, al verlo andar tan manso por la ciudad, les traía a la memoria la virtud y la santidad de San Francisco.

ORACION POR LA PAZ Papa León XIII




Oh, Señor, Tú ves como por todas partes
los vientos han estallado y el mar se convulsiona con la gran violencia de las olas crecientes.
Ordena, te lo pedimos, que calmes los vientos y los mares.
Restaura la paz entre nosotros,
esa paz que solo Tú nos puedes ofrecer
y restaura la armonía social.
Bajo tu mirada protectora y tu inspiración
puedan los hombres y mujeres volver al orden,
venciendo la codicia,
convirtiéndonos en lo que debemos ser,
reflejo del amor de Dios, de la justicia,
de la caridad con el prójimo,
haciendo uso ordenado de todas las cosas.
Haz que tu reino llegue.
Que todos puedan reconocer que están sujetos a Tí,
y que deben servirte, porque eres la verdad y la salvación;
que sin Tí, todo lo que se hace es en vano.
Tu ley, Señor, es justa y paternalmente bondadosa.
Tú estás siempre a nuestro lado con tu fuerza y tu poder abundante
para ayudarnos.
La vida en la tierra es una guerra,
pero Tú ayudas al ser humano a conquistar lo que necesita.
Tú sostienes al débil y lo coronas con la victoria.



Que Dios te bendiga con la incomodidad,
frente a las respuestas fáciles, las medias verdades,
las relaciones superficiales,
para que seas capaz de profundizar dentro de tu corazón.

Que Dios te bendiga con la ira,
frente a la injusticia, la opresión y la explotación de la
gente,
para que puedas trabajar por la justicia, la libertad y la paz.

Que Dios te bendiga con lágrimas,
para derramarlas por aquellos que sufren dolor,
rechazo, hambre y guerra,
para que seas capaz de extender tu mano, reconfortarlos
y convertir su dolor en alegría.

Y que Dios te bendiga con suficiente locura,
para creer que tú puedes hacer una diferencia en este mundo,
para que tú puedas hacer lo que otros proclaman que es imposible.

Amén.

martes, 28 de febrero de 2012

JESÚS CON LA CRUZ A CUESTAS








Sobrelleva la Cruz de su agonía

descarnando sus pies en la andadura.

Sube por el sendero, con dulzura,

a cumplir la sagrada profecía.

Es reo de ambiciosa villanía

que arrastra por el suelo su hermosura,

y en un lienzo transmite su figura

con mensaje de etérea cercanía.

Es la soberbia humana, deicida,

la insoportable cruz de su interior

que causa la caída y el desgarro.

Tiene el alma angustiada, malherida,

la tristeza es más grande que el dolor

y en su mente palpita añejo barro.

Cargado con la cruz de salvación

camina el redentor, desamparado,

es el justo, por odio condenado

a morir, acusado de traición.

Delante del cortejo, un centurión

y el heraldo, que informa han coronado

al que se dice rey. Y a cada lado,

como insulto, le ponen un ladrón.

Penosamente pasa el buen pastor,

exhausto, maltratado, pero entero,

trasluciendo su espíritu inmortal.

Lleva a cuestas la cruz del desamor,

su peso es superior al del madero,

símbolo de su Reino universal.

Cae tres veces, cansado, el galileo.

Arguyen que no llegará al Calvario.

Para cargar la cruz, feliz gregario,

eligen a Simón, el cirineo.

Jesús yace en el suelo. Un clamoreo,

piadoso ante el suplicio sanguinario,

baja hasta Él. Y Cristo, humanitario,

les advierte del mal del pueblo hebreo.

Él es el leño verde, incombustible,

su savia lleva el agua del bautismo

que saciará la sed de eternidad.

El leño sacrosanto e invencible

es pasto del ardor del fanatismo

ciego ante el esplendor de la Verdad.
Emma_Margarita.Valdes.

¿POR QUÉ?





Interrogas, María,

a los hombres, a Dios, ¿por qué?, ¿por qué

esta injusta agonía

del Ungido, que honesto siempre fue

e hizo milagros por amor y fe?.

No encuentras la respuesta,

está en la lejanía del misterio.

Tú subirás la cuesta

acatando el sublime ministerio

que libra al pecador del cautiverio.

Le ves pasar, sencillo

le llevan maniatado desde Anás

al lujoso castillo

del Sumo Sacerdote, de Caifás.

Amedrentada tras sus pasos vas.

Llaman a los testigos.

Te alteras. Todos los citados son

confidentes y amigos

de cuantos orquestaron la traición

para encerrar a tu hijo en la prisión.

Vigilas impaciente,

temblando, las noticias del suceso.

Preguntas a la gente

¿qué sabéis del Mesías, que está preso

por amar a los hombres en exceso?.

Dicen ha blasfemado

y Caifás se rasgó sus vestiduras.

Que es Dios ha confesado,

y le verán venir de las alturas.

¡Por la Verdad soporta desventuras!.

Le han pegado, escupido,

se han mofado de Él. En ti, María,

surge ahogado un gemido:

¡Oh, Señor, ten piedad!, su arcilla es mía,

¡que sufra yo, y no Él, la profecía!.

Las horas caen despacio

por la inmensa ansiedad de tu desvelo.

El pueblo está reacio

a luchar por Jesús, el rey del cielo.

Tu esencia se estremece por su hielo.

Escuchas que Simón

le ha negado esta noche varias veces.

Te duele el corazón,

recuerdas cuando Pedro, sin dobleces,

se brindó a acompañarle en arideces.

Canta el gallo en la aurora.

Unidos confabulan los traidores

con fiebre vengadora.

No pueden erigirse ejecutores,

ni sentenciar a muerte a malhechores.

Cruza Jesús la calle,

custodiado le empujan al pretorio.

No pierdes un detalle.

Deseas que el proceso acusatorio

termine con un fallo absolutorio.

Te hiere ver a tu hijo.

Pasa a Herodes por orden de Pilatos.

Quieres darle cobijo,

protegerle de ultrajes, malos tratos,

apartarlo de abyectos y de ingratos.

Jesús sale otra vez.

De Herodes va a Pilatos. ¡Qué locura!.

Nadie acepta ser juez.

Sólo ellos han urdido la conjura.

Tú sabes que es el Hijo de la Altura.

¡Le han puesto un blanco manto!.

Te traspasa el dolor por tanta ofensa.

Tu angustia mana en llanto,

tu carne está aterida, tu alma tensa.

Te arrebata salir en su defensa.

Oyes los comentarios

que corren hasta ti de boca en boca:

Es un juicio arbitrario;

Jesús está seguro, es una roca;

Pilatos ve que el pueblo se equivoca.

Sale al balcón Pilatos

y pregunta cuál es la acusación

Chillan los insensatos:

se ha proclamado rey. Con la intención

de lograr su tortura, su Pasión.

Es costumbre judía

liberar por la Pascua a un prisionero,

y tu ánimo confía

que elijan a Jesús, el mensajero...

Piden a Barabbás, el bandolero.

Pilatos les advierte,

yo le castigaré y le soltaré,

pues no es justa su muerte.

Ruegas a Dios: ¿por qué? ¿por qué? ¿por qué?.

Mas en su voluntad está tu fe.

Salmo 34(33),4-5.6-7.16-17.18-19.



Glorifiquen conmigo al Señor,
alabemos su Nombre todos juntos.
Busqué al Señor: él me respondió
y me libró de todos mis temores.

Miren hacia él y quedarán resplandecientes,
y sus rostros no se avergonzarán.
Este pobre hombre invocó al Señor:
él lo escuchó y lo salvó de sus angustias.

Los ojos del Señor miran al justo
y sus oídos escuchan su clamor;
pero el Señor rechaza a los que hacen el mal
para borrar su recuerdo de la tierra.

Cuando ellos claman, el Señor los escucha
y los libra de todas sus angustias.
El Señor está cerca del que sufre
y salva a los que están abatidos.

La Virgen Maria






“Él entró en mis miembros, con gozo de toda mi alma, y de esa forma, con gozo de todos mis miembros, salió de mí, dejando mi alma exultante y mi virginidad intacta. Cuando lo miré y contemplé su belleza, la alegría desbordó mi alma, sabiéndome indigna de un Hijo así. Cuando consideré los lugares en los que, como sabía a través de los profetas, sus manos y pies serían perforados en la crucifixión, mis ojos se llenaron de lágrimas y se me partió el corazón de tristeza. Mi hijo miró a mis ojos llorosos y se entristeció casi hasta morir. Pero al contemplar su divino poder, me consolé de nuevo, dándome cuenta de que esto era lo que él quería y, por ello, como era lo correcto, conformé toda mi voluntad a la suya”.

Cómo el hermano Maseo quiso poner a prueba la humildad de San Francisco




Se hallaba San Francisco en el lugar de la Porciúncula con el hermano Maseo de Marignano, hombre de gran santidad y discreción y dotado de gracia para hablar de Dios; por ello lo amaba mucho San Francisco. Un día, al volver San Francisco del bosque, donde había ido a orar, el hermano Maseo quiso probar hasta dónde llegaba su humildad; le salió al encuentro y le dijo en tono de reproche: ¿Por qué a ti? ¿Por qué a ti? ¿Por qué a ti?

¿Qué quieres decir con eso? -repuso San Francisco. Y el hermano Maseo: Me pregunto ¿por qué todo el mundo va detrás de ti y no parece sino que todos pugnan por verte, oírte y obedecerte? Tú no eres hermoso de cuerpo, no sobresales por la ciencia, no eres noble, y entonces, ¿por qué todo el mundo va en pos de ti? Al oír esto, San Francisco sintió una grande alegría de espíritu, y estuvo por largo espacio vuelto el rostro al cielo y elevada la mente en Dios; después, con gran fervor de espíritu, se dirigió al hermano Maseo y le dijo:

¿Quieres saber por qué a mí? ¿Quieres saber por qué a mí? ¿Quieres saber por qué a mí viene todo el mundo? Esto me viene de los ojos del Dios altísimo, que miran en todas partes a buenos y malos, y esos ojos santísimos no han visto, entre los pecadores, ninguno más vil ni más inútil, ni más grande pecador que yo. Y como no ha hallado sobre la tierra otra criatura más vil para realizar la obra maravillosa que se había propuesto, me ha escogido a mí para confundir la nobleza, la grandeza, y la fortaleza, y la belleza, y la sabiduría del mundo, a fin de que quede patente que de El, y no de creatura alguna, proviene toda virtud y todo bien, y nadie puede gloriarse en presencia de El, sino que quien se gloría, ha de gloriarse en el Señor, a quien pertenece todo honor y toda gloria por siempre.

El hermano Maseo, ante una respuesta tan humilde y dicha con tanto fervor, quedó lleno de asombro y comprobó con certeza que San Francisco estaba bien cimentado en la verdadera humildad. En alabanza de Cristo. Amén.

CUARESMA DE SAN FRANCISCO.




Cómo San Francisco pasó una cuaresma en una isla del lago de Perusa con sólo medio panecillo

Verdadero siervo de Dios San Francisco, ya que en ciertas cosas fue como un segundo Cristo dado al mundo para la salvación de los pueblos, quiso Dios Padre hacerlo, en muchos aspectos de su vida, conforme y semejante a su Hijo Jesucristo, como aparece en el venerable colegio de los doce compañeros, y en el admirable misterio de las sagradas llagas, y en el ayuno continuo de la santa cuaresma, que realizó de la manera siguiente:

Hallándose en cierta ocasión San Francisco, el último día de carnaval, junto al lago de Perusa en casa de un devoto suyo, donde había pasado la noche, sintió la inspiración de Dios de ir a pasar la cuaresma en una isla de dicho lago. Rogó, pues, San Francisco a este devoto suyo, por amor de Cristo, que le llevase en su barca a una isla del lago totalmente deshabitada y que lo hiciese en la noche del miércoles de ceniza, sin que nadie se diese cuenta. Así lo hizo puntualmente el hombre por la gran devoción que profesaba a San Francisco, y le llevó á dicha isla. San Francisco no llevó consigo más que dos panecillos. Llegados a la isla, al dejarlo el amigo para volverse a casa, San Francisco le pidió encarecidamente que no descubriese a nadie su paradero y que no volviese a recogerlo hasta el día del jueves santo. Y con esto partió, quedando solo San Francisco.

Como no había allí habitación alguna donde guarecerse, se adentró en una espesura muy tupida, donde las zarzas y los arbustos formaban una especie de cabaña, a modo de camada; y en este sitio se puso a orar y a contemplar las cosas celestiales. Allí se estuvo toda la cuaresma sin comer otra cosa que la mitad de uno de aquellos panecillos, como pudo comprobar el día de jueves santo aquel mismo amigo al ir a recogerlo; de los dos panes halló uno entero y la mitad del otro. Se cree que San Francisco lo comió por respeto al ayuno de Cristo bendito, que ayunó cuarenta días y cuarenta noches, sin tomar alimento alguno material. Así, comiendo aquel medio pan, alejó de sí el veneno de la vanagloria, y ayunó, a ejemplo de Cristo, cuarenta días y cuarenta noches.

Más tarde, en aquel lugar donde San Francisco había hecho tan admirable abstinencia, Dios realizó, por sus méritos, muchos milagros, por lo cual la gente comenzó a construir casas y a vivir allí. En poco tiempo se formó una aldea buena y grande. Allí hay un convento de los hermanos que se llama el convento de la Isla. Todavía hoy los hombres y las mujeres de esa aldea veneran con gran devoción aquel lugar en que San Francisco pasó dicha cuaresma. En alabanza de Cristo. Amén.

sábado, 25 de febrero de 2012








Señora y Madre nuestra: tu estabas serena y fuerte junto a la cruz de Jesús. Ofrecías tu Hijo al Padre para la redención del mundo.

Lo perdías, en cierto sentido, porque El tenía que estar en las cosas del Padre, pero lo ganabas porque se convertía en Redentor del mundo, en el Amigo que da la vida por sus amigos.

María, ¡qué hermoso es escuchar desde la cruz las palabras de Jesús: "Ahí tienes a tu hijo", "ahí tienes a tu Madre".

¡Qué bueno si te recibimos en nuestra casa como Juan! Queremos llevarte siempre a nuestra casa. Nuestra casa es el lugar donde vivimos. Pero nuestra casa es sobre todo el corazón, donde mora la Trinidad Santísima. Amén.






Sábado después del Miércoles de Ceniza

Libro de Isaías 58,9b-14.

Entonces llamarás, y el Señor responderá; pedirás auxilio, y él dirá: "¡Aquí estoy!".

si ofreces tu pan al hambriento y sacias al que vive en la penuria, tu luz se alzará en las tinieblas y tu oscuridad será como el mediodía.
El Señor te guiará incesantemente, te saciará en los ardores del desierto y llenará tus huesos de vigor; tú serás como un jardín bien regado, como una vertiente de agua, cuyas aguas nunca se agotan.
Reconstruirás las ruinas antiguas, restaurarás los cimientos seculares, y te llamarán "Reparador de brechas", "Restaurador de moradas en ruinas".
Si dejas de pisotear el sábado, de hacer tus negocios en mi día santo; si llamas al sábado "Delicioso" y al día santo del Señor "Honorable"; si lo honras absteniéndote de traficar, de entregarte a tus negocios y de hablar ociosamente,
entonces te deleitarás en el Señor; yo te haré cabalgar sobre las alturas del país y te alimentaré con la herencia de tu padre Jacob, porque ha hablado la boca del Señor.


Salmo 86(85),1-2.3-4.5-6.





Evangelio según San Lucas 5,27-32.

Después Jesús salió y vio a un publicano llamado Leví, que estaba sentado junto a la mesa de recaudación de impuestos, y le dijo: "Sígueme".
El, dejándolo todo, se levantó y lo siguió.

Leví ofreció a Jesús un gran banquete en su casa. Había numerosos publicanos y otras personas que estaban a la mesa con ellos.
Los fariseos y los escribas murmuraban y decían a los discípulos de Jesús: "¿Por qué ustedes comen y beben con publicanos y pecadores?".
Pero Jesús tomó la palabra y les dijo: "No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos.
Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores, para que se conviertan".

SALMO DEL DÍA 86(85)

jueves, 23 de febrero de 2012

AYUNO CUARENTA DIAS Y CUARENTA NOCHES (MT 4,2)



Al comenzar los cuarenta días de preparación a la Pascua, la Iglesia nos impone la ceniza sobre la cabeza y nos invita a la penitencia.
La palabra penitencia se repite en muchas páginas de la Sagrada Escritura, resuena en la boca de tantos profetas y, en fin, de modo particularmente elocuente, en la boca del mismo Jesucristo:
 «Arrepentios, porque el reino de los cielos está cerca» (Mt. 3,2).
Se puede decir que Cristo introdujo la tradición del ayuno de cuarenta días en el año litúrgico de la Iglesia, porque Él mismo «ayunó cuarenta días y cuarenta noches» (Mt 4,2),
antes de comenzar a enseñar.
Con este ayuno cuadragesimal, la Iglesia, en cierto sentido, esta llamada cada año a seguir a su Maestro y Señor si quiere predicar eficazmente su Evangelio. El primer día de Cuaresma –precisamente hoy– debe testimoniar de modo especial que la Iglesia acepta esta llamada de Cristo y que desea cumplirla.



 Convertirse a Dios

2. La penitencia en sentido evangélico significa sobre todo conversión. Bajo este aspecto es muy significativo el pasaje del Evangelio del Miércoles de Ceniza. Jesús habla del cumplimiento de los actos de penitencia conocidos y practicados por sus contemporáneos, por el pueblo de la Antigua Alianza. Pero al mismo tiempo somete a crítica el modo puramente externo del cumplimiento de estos actos: limosna, ayuno, oración, porque ese modo es contrario a la finalidad propia de los mismos actos. El fin de los actos de penitencia es un más profundo acercarse a Dios mismo para poderse encontrar con Él en lo íntimo de la entidad humana, en el secreto del corazón.

«Cuando hagas, pues, limosna, no vayas tocando la trompeta delante de ti, como hacen los hipócritas... para ser alabados de los hombres... ; No sepa tu izquierda lo que hace la derecha, para que tu limosna sea oculta, y el Padre que ve lo oculto te premiará.

Cuando oréis, no seáis como los hipócritas..., para ser vistos de los hombres..., sino... entra en tu cámara y, cerrada la puerta, ora a tu padre que está en lo secreto; y tu Padre que ve en lo escondido, te recompensará.

Cuando ayunéis no aparezcáis tristes, como los hipócritas..., (sino)... úngete la cabeza y lava tu cara para que no vean los hombres que ayunas, sino tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará» (Mt. 6,2).

Por lo tanto, el significado primero y principal de la penitencia es interior, espiritual. El esfuerzo principal de la penitencia consiste en entrar en sí mismo, en lo más profundo de la propia entidad, entrar en esa dimensión de la propia humanidad en la que, en cierto sentido, Dios nos espera. El hombre exterior debe ceder –diría– en cada uno de nosotros al hombre interior y, en cierto sentido, dejarle el puesto. En la vida corriente el hombre no vive bastante interiormente. Jesucristo indica claramente que también los actos de devoción y de penitencia (como el ayuno, la limosna, la oración) que por su finalidad religiosa son principalmente interiores, pueden ceder al exteriorizan corriente, y, por lo tanto, pueden ser falsificados. En cambio, la penitencia, como conversión a Dios, exige sobre todo que el hombre rechace las apariencias, sepa liberarse de la falsedad y encontrarse en toda su verdad interior. Hasta una mirada rápida, breve, en el fulgor divino de la verdad interior del hombre, es ya un éxito. Pero es necesario consolidar hábilmente este éxito mediante un trabajo sistemático sobre sí mismo. Tal trabajo se llama ascesis (así lo llamaban ya los griegos de los tiempos de los orígenes del cristianismo). Ascesis quiere decir esfuerzo interior para no dejarse llevar y empujar por las diversas corrientes exteriores, para permanecer así siempre ellos mismos y conservar la dignidad de la propia humanidad.

Pero el Señor Jesús nos llama a hacer aún algo más. Cuando dice «entra en tu cámara y cierra la puerta», indica un esfuerzo ascético del espíritu humano que no debe terminar en el hombre mismo. Ese cerrarse es, al mismo tiempo, la apertura más profunda del corazón humano. Es indispensable para encontrarse con el Padre, y por esto debe realizarse. «Tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará. Aquí se trata de recobrar la sencillez de pensamiento, voluntad y corazón, que es indispensable para encontrarse con Dios en el propio yo interior. ¡Y Dios espera esto para acercarse al hombre interiormente recogido y, a la vez, abierto a su palabra y a su amor! Dios desea comunicarse al alma así dispuesta. Desea darle la verdad y el amor que tienen en Él la verdadera fuente.





Liberación espiritual

3. Así, pues, la corriente principal de la Cuaresma debe correr a través del hombre interior, a través de corazones y conciencias. En esto consiste el esfuerzo esencial de la penitencia. En este esfuerzo, la voluntad humana de convertirse a Dios es investida por la gracia proveniente de conversión y, al mismo tiempo, de perdón y liberación espiritual. La penitencia no es sólo un esfuerzo, una carga, sino también una alegría. A veces es una gran alegría del espíritu humano, alegría que otros manantiales no pueden dar.

Parece que el hombre contemporáneo haya perdido, en cierta medida, el sabor de esta alegría. Ha perdido además el sentido profundo de aquel esfuerzo espiritual que permite volver a encontrarse a sí mismo en toda la verdad de la intimidad propia. A esto contribuyen muchas causas y circunstancias que es difícil analizar en los limites de este discurso. Nuestra civilización –sobre todo en Occidente–, estrechamente vinculada con el desarrollo de la ciencia y de la técnica, entrevé la necesidad del esfuerzo intelectual y físico; pero ha perdido notablemente el sentido del esfuerzo del espíritu, cuyo fruto es el hombre visto en sus dimensiones interiores.

En fin, el hombre que vive en las corrientes de esta civilización pierde muy frecuentemente la propia dimensión; pierde el sentido interior de la propia humanidad. A este hombre le resulta extraño tanto el esfuerzo que conduce al fruto hace poco mencionado como la alegría que proviene de él: la alegría grande del descubrimiento y del encuentro, la alegría de la conversión (metanoia), la alegría de la penitencia.

La liturgia austera del Miércoles de Ceniza y, después, todo el período de la Cuaresma es –como preparación a la Pascua– una llamada sistemática a esta alegría: a la alegría que fructifica por el esfuerzo del descubrimiento de sí mismo con paciencia: «Con vuestra paciencia compraréis (la salvación) de vuestras almas» (Lc. 21,19).

Que nadie tenga miedo de emprender este esfuerzo.

martes, 21 de febrero de 2012

PENITENCIA DE CENIZA




Me enseñaste el camino de tu ciencia
y preferí vagar en la ignorancia,
tendré que dar, Señor, mejores cuentas
por saber la verdad de tu palabra.
Me limpiaste con agua de la vida,
me invitaste a la boda de las almas,
y sigues esperando en tu agonía
mi amorosa respuesta a tu llamada.
Me ofreces tratamiento de elegido,
el calor y la luz de tu mirada
y, en la Cruz del dolor y del martirio,
el abrazo de amor y de esperanza.

Quiero hacer penitencia de ceniza
a los pies de tu imagen consagrada,
no quiero ser la causa de tu herida
como Corazeín, como Betsaida.
Diste un precepto nuevo, que los hombres
se amen unos a otros, que se entreguen
como te has entregado, sin temores,
sin recelos, caritativamente.
Amaré, por tu amor, a mis hermanos,
amaré al pobre, al viejo, al desvalido,
proclamaré el precepto que Tú has dado
porque deseo ser tu fiel discípulo.

Lograré que produzcan tus talentos,
quemaré la raíz de mi cizaña,
me abrazaré con fuerza a tu universo
como aquel hijo pródigo en tu casa.
Te ofreceré mis uvas, el racimo
maduro con el sol de tu mañana,
y llenaré mi copa con el vino
envejecido en odres de tu cava.
Seré el fruto en sazón de aquella higuera
carcomida, reseca, deshojada,
y llenaré mis manos de azucenas,
de jazmines, de espliego y de albahaca.

Quiero elevarme en alas de tu aliento
desde tu voz grabada en mis entrañas
y ser en este espacio el misionero
que acreciente la hacienda de tus almas.



Por
Emma-Margarita R. A.-Valdés


La Cuaresma es el tiempo litúrgico de conversión, que marca la Iglesia para prepararnos a la gran fiesta de la Pascua. Es tiempo para arrepentirnos de nuestros pecados y de cambiar algo de nosotros para ser mejores y poder vivir más cerca de Cristo.

La Cuaresma dura 40 días; comienza el Miércoles de Ceniza y termina antes de la Misa de la Cena del Señor del Jueves Santo. A lo largo de este tiempo, sobre todo en la liturgia del domingo, hacemos un esfuerzo por recuperar el ritmo y estilo de verdaderos creyentes que debemos vivir como hijos de Dios.

El color litúrgico de este tiempo es el morado que significa luto y penitencia. Es un tiempo de reflexión, de penitencia, de conversión espiritual; tiempo de preparación al misterio pascual.

En la Cuaresma, Cristo nos invita a cambiar de vida. La Iglesia nos invita a vivir la Cuaresma como un camino hacia Jesucristo, escuchando la Palabra de Dios, orando, compartiendo con el prójimo y haciendo obras buenas. Nos invita a vivir una serie de actitudes cristianas que nos ayudan a parecernos más a Jesucristo, ya que por acción de nuestro pecado, nos alejamos más de Dios.

Por ello, la Cuaresma es el tiempo del perdón y de la reconciliación fraterna. Cada día, durante toda la vida, hemos de arrojar de nuestros corazones el odio, el rencor, la envidia, los celos que se oponen a nuestro amor a Dios y a los hermanos. En Cuaresma, aprendemos a conocer y apreciar la Cruz de Jesús. Con esto aprendemos también a tomar nuestra cruz con alegría para alcanzar la gloria de la resurrección.



40 días

La duración de la Cuaresma está basada en el símbolo del número cuarenta en la Biblia. En ésta, se habla de los cuarenta días del diluvio, de los cuarenta años de la marcha del pueblo judío por el desierto, de los cuarenta días de Moisés y de Elías en la montaña, de los cuarenta días que pasó Jesús en el desierto antes de comenzar su vida pública, de los 400 años que duró la estancia de los judíos en Egipto.

En la Biblia, el número cuatro simboliza el universo material, seguido de ceros significa el tiempo de nuestra vida en la tierra, seguido de pruebas y dificultades.

La práctica de la Cuaresma data desde el siglo IV, cuando se da la tendencia a constituirla en tiempo de penitencia y de renovación para toda la Iglesia, con la práctica del ayuno y de la abstinencia. Conservada con bastante vigor, al menos en un principio, en las iglesias de oriente, la práctica penitencial de la Cuaresma ha sido cada vez más aligerada en occidente, pero debe observarse un espíritu penitencial y de conversión.

lunes, 6 de febrero de 2012

DIOS CREADOR Romano Guardini



¡Oh Señor!, tú has creado todas las cosas. Tú les has dado su ser y las has puesto en equilibrio y armonía. Están llenas de tu misterio, que toca el corazón si es piadoso.

También a nosotros, ¡oh Señor!, nos has llamado a la existencia y nos has puesto entre ti y las cosas. Según tu modelo nos has creado y nos has dado parte de tu soberanía. Tú has puesto en nuestras manos tu mundo, para que nos sirva y completemos en él tu obra. Pero hemos de estarte sometidos, y nuestro dominio se convierte en rebelión y robo si no nos inclinamos ante ti, el único que llevas la corona eterna y eres Señor por derecho propio.

Maravillosa, ¡oh Dios!, es tu generosidad. Tú no has temido por tu soberanía al crear seres con poder sobre ellos mismos y al confiar tu voluntad a su libertad. ¡Grande y verdadero Rey eres tú!

Tú has puesto en mis manos el honor de tu voluntad. Cada palabra de tu revelación dice que me respetas y te confías a mí, me das dignidad y responsabilidad. Concédeme la santa mayoría de edad, que es capaz de aceptar la ley que tú guardas y de asumir la responsabilidad que tú me transfieres. Ten despierto mi corazón para que esté ante ti en todo momento, y haz que mi actuación se convierta en ese dominio y esa obediencia a que tú me has llamado.

Amén.

NUESTRA SEÑORA DE LOS ÁNGELES




Reina hermosa de los ángeles,
patrona de Costa Rica,
has venido aquí, a quedarte,
para salvar nuestras vidas.

Eres galana y chiquita,
una belleza sin par,
la Madre que nos visita
para librarnos del mal.

Fue La Puebla de los Pardos,
en el siglo diecisiete,
la tierra que has señalado
para atender a los fieles.

Junto a un limpio manantial,
sobre una pequeña piedra,
te encontró, por tu bondad,
la joven Juana Pereira.

No abandonaste el lugar.
Cuando en otros te instalaron
volviste al sitio inicial
y es, desde entonces, sagrado.

Descansa sobre tu pecho
el Hijo, el Niño Jesús;
bendice al amado pueblo
y lo llena con su Luz.

Tú le miras con dulzura,
Él contempla tu mirada,
y en tu corazón escucha
nuestras dolientes plegarias.

Virgen Morena, Señora
de los Prados y Cartago,
eres Madre valedora
ante el divino Sagrario.

¡Ave, Reina de los Ángeles!
A ti, los fieles creyentes,
encomiendan sus afanes
y en tu pecho hallan albergue.



E-M R. A.-Valdés

sábado, 4 de febrero de 2012

LA INMACULADA CONCEPCIÓN



En el primer lucero concebida
sin mancha original, intacta, pura,
como Arca de la Alianza tu estructura,
el Vaso Espiritual para la Vida.



Madre de la Divina Gracia, ungida,
Puerta del Cielo, la Hija de la Altura,
Estrella de la humana singladura,
luz y consuelo, bálsamo en la herida.



Eres la Rosa Mística que aroma
el destierro y las lágrimas enjugas
con tu arrullo amoroso de paloma.



Por generosa entrega nos subyugas,
en Casa de Oro tu belleza asoma
y en paz y bien con tu Hijo nos conjugas.

Valdes

viernes, 3 de febrero de 2012

ACÉRCATE, SEÑOR (Mt 5, 17-19; 10,22; 24-13 Lc 11,14-23)


Si algún día mi humano pensamiento
se olvida, mi Señor, de tu existencia;
si algún día se acalla en mi conciencia
la verdad de tu fiel conocimiento;

si algún día en el goce del momento
me alejo de tu mística vivencia;
si algún día razones de la ciencia
contradicen mi fe, mi sentimiento,

acerca tu palabra a mis oídos,
tu luz a la pupila de mis ojos,
escucha el eco virgen de mi entrega;

acerca tu perdón a mis latidos,
tu fuego a mi maleza, a mis abrojos,
despierta a mi alma sorda, muda y ciega.

JUAN ABRIÓ LAS VEREDAS

Como un trueno sangriento,

como un rojo relámpago de escarcha,

incide en tu retiro

la noticia, que Herodes, el tetrarca,

al más grande nacido de mujer,

a Juan, enhiesta caña,

degolló en las mazmorras

por el ritmo sensual de la venganza.



Juan ofreció en bandeja

los labios que anunciaron la palabra,

la cima de sus altos pensamientos,

la claridad azul de su mirada.

Gritó el nombre del Hijo

e introdujo su eco en las estancias;

bajo el vuelo feraz de la paloma

proclamó su alabanza.



Juan conquistó los lagos,

se vistió con los hilos de las aguas,

roció en el palmar frías penurias

con las gotas candentes de sus lágrimas,

se hizo nube y diluvio,

océano inmutable para el Arca,

alumbró con la llama del origen

su veloz río hambriento de bonanza.



Juan abrió las veredas

hasta la yerma cumbre de las águilas,

espiral de gaviotas en el aire

sobre el cantil agudo de las almas.

Le atravesó la luz

en olas de abismales marejadas,

con el rayo de tu hijo, en noche oscura,

el mar Rojo anegó de espuma blanca.



Y tú al Padre preguntas

qué fue del salto alegre en las entrañas

de tu prima Isabel,

de la especial llamada,

del mensaje del Libro de Isaías,

del bautismo en el agua...

No obtienes las respuestas.

Y una vez más te postras como esclava.


Por

E-M R. A.-Valdés

SAN BLAS

SAN BLAS

Obispo de Sebaste y Mártir.

San Blas nació en medio de una familia acaudalada y de padres nobles; fue educado cristianamente y se consagró como Obispo cuando todavía era muy joven. Al comenzar la persecución a los cristianos, por inspiración divina, se retiró a una cueva en las montañas, frecuentada por fieras salvajes, a quienes el santo los atendía y curaba cuando estaban enfermos.

Poco después, unos cazadores fueron en busca de estos animales para el anfiteatro, pero San Blas los espantó y entonces fue capturado. Al enterarse que era cristiano, fue conducido ante el gobernador Agrícola, quien lo mandó a azotar y encerrar en un calabozo, privado de alimentos. Luego, fue torturado para que renegara de su fe, pero el santo se mantuvo firme por lo que se dio orden de ser decapitado.

Oremos

Escucha, Señor, a tu familia, reunida hoy para recordar al mártir San Blas, y concédele la paz en la vida presente y la felicidad en la vida eterna. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.


                           Calendario de fiestas marianas

 Nuestra Señora de Saideneida, Damasco.



Santo(s) del día

San Blás
San Oscar
Nuestra Señora de Supaya
Santa María Thévenet
Mártires de Ebstorp
San Laurentino
San Félix
San Tigidio
San Lupicino
San Wereburga
Santa Verónica
San Elinando
Santa Secundida
San Azarias
San Liafdag
San Adelino
Santa Teresa de Jesús

EVANGELIO San Marcos 6, 14-29. Herodes tenía miedo de Juan

miércoles, 1 de febrero de 2012

EUCARISTÍA



¡Qué milagro se ofrece cada día
ante la humanidad indiferente!,
todo un Dios, infinito, omnipotente,
da su cuerpo, cosecha de agonía.

Nos espera en amante cercanía
como agua, vino y pan, limpio torrente,
zumo añejo de paz, viva simiente,
alimentos de célica alegría.

¡Qué humildad!, en el fruto consagrado
está Dios, el espíritu inmortal,
en silencioso amor esclavizado.

Olvidó su dolor, nuestro pecado,
nos ofrece su reino celestial,
y le dejamos solo, abandonado.






E-M R. A.-Valdés

ESTRELLA DE MI NOCHE







Tú eres la estrella de mi noche oscura,
salud para mi enfermo corazón,
refugio de mi humana perdición,
consuelo en mi terrena desventura,

auxilio celestial de mi locura,
la Reina intercesora del perdón,
la Madre acogedora en mi aflicción,
la Virgen medianera de ventura.

¡Salve, Señora, incólume María!,
templo de la divina Trinidad,
sagrario de Jesús, Eucaristía.

Asunta al cielo en venturoso día,
coronada de eterna majestad,
eres el brillo que hacia el Sol me guía.


Emma-Margarita R. A.-Valdés