sábado, 20 de octubre de 2012

Señorío - Adoración: Planificar - Estado anímico - Servicio - Transformación


Existen diversos rostros de Jesús que nos llevan a un crecimiento espiritual: Sanador, Maestro, Amigo, Rey y Señor.

En esta ocasión le pedimos al Espíritu Santo que nos revele  el rostro de Jesús, como Rey y Señor de todas las áreas de nuestras vidas y de la humanidad.

En este nivel de encuentro y con Jesús y de entrega a El, y al descubrir que El puede llegar a ser Nuestro Rey y Señor, entonces comenzamos a sentir y a gustar lo que significa pertenecerle totalmente. Por lo cual le ofrecemos todo lo que somos y todo lo que tenemos, al punto de llegar a decir con San Pablo: "ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mi" (Gal 2, 20)

Es profundamente liberador poder decirle  " toma de mi vida aquello que tu quieras, pues no somos nosotros quienes debemos proyectar y planificar aquello que debamos hacer, sino Tu quien tienes que decirme qué es lo que quieres que haga".

Reconocer el rostro de Jesús como Rey nos lleva a la adoración, la adoración profunda nos conduce al convencimiento más profundo de Dios y de nosotros mismos y este conocimiento nos lleva a crecer en la verdadera humildad, en la obediencia filial y en la auténtica caridad.
Reconocer el rostro de Jesús como Rey suscita el deseo de conocer sus planes, sus caminos, su voluntad y ante las decisiones cotidianas debería llevarnos a preguntarnos frecuentemente: "¿ Qué haría Jesús en mi lugar ?
A mi entender, otro rasgo del conocimiento de Jesús como Rey, es el amor a sus otros súbditos, es decir a nuestros hermanos, especialmente a quienes el mundo tiene por nada, a los más pobres y sufrientes.

Cuanto más vamos gustando la experiencia de Jesús como Señor, también vamos comprendiendo cada vez más, lo que significa ser servidores del Señor. Ante "Jesús Señor", nuestro servicio se va colmando de la fuerza del Espíritu Santo y nuestra vida comienza a ser transformada desde adentro, pues en ocasiones se puede estar realizando algún servicio, pero sin tener corazón de servidor. En cambio, ante la entrega confiada al Señorío de Jesús, nuestro corazón comienza a ser transformado por el fuego del Espíritu Santo y va siendo moldeado por El según el molde del Corazón de Cristo.

Esta conciencia de Jesús resucitado y vivo en medio nuestro es una especie de iluminación interior que puede llegar a cambiar el estado anímico de la persona que lo experimenta y logra resucitar el servicio que realiza en la Iglesia y en los diversos ámbitos de la sociedad.
La fuerza que comunica Jesús como Señor, permite que se abran nuestros ojos, como sucedió con los discípulos de Emaús (Lc 24, 31-35) hace que se minimicen las dificultades del servicio y que se desvanezca el cansancio del camino de la vida.

P. Gustavo Jamut (texto sintetizado)
Revista Resurrección 230

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