Como un trueno sangriento,
como un rojo relámpago de escarcha,
incide en tu retiro
la noticia, que Herodes, el tetrarca,
al más grande nacido de mujer,
a Juan, enhiesta caña,
degolló en las mazmorras
por el ritmo sensual de la venganza.
Juan ofreció en bandeja
los labios que anunciaron la palabra,
la cima de sus altos pensamientos,
la claridad azul de su mirada.
Gritó el nombre del Hijo
e introdujo su eco en las estancias;
bajo el vuelo feraz de la paloma
proclamó su alabanza.
Juan conquistó los lagos,
se vistió con los hilos de las aguas,
roció en el palmar frías penurias
con las gotas candentes de sus lágrimas,
se hizo nube y diluvio,
océano inmutable para el Arca,
alumbró con la llama del origen
su veloz río hambriento de bonanza.
Juan abrió las veredas
hasta la yerma cumbre de las águilas,
espiral de gaviotas en el aire
sobre el cantil agudo de las almas.
Le atravesó la luz
en olas de abismales marejadas,
con el rayo de tu hijo, en noche oscura,
el mar Rojo anegó de espuma blanca.
Y tú al Padre preguntas
qué fue del salto alegre en las entrañas
de tu prima Isabel,
de la especial llamada,
del mensaje del Libro de Isaías,
del bautismo en el agua...
No obtienes las respuestas.
Y una vez más te postras como esclava.
Por
E-M R. A.-Valdés
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