¿Era necesario que el Hijo de Dios padeciera por nosotros? Lo era, ciertamente, y por dos razones fáciles de deducir: la una, para remediar nuestros pecados; la otra, para darnos ejemplo de cómo hemos de obrar.
Para remediar nuestros pecados, en efecto, porque en la pasión de Cristo encontramos el remedio contra todos los males que nos sobrevienen a causa del pecado.
La segunda razón tiene también su importancia, ya que la pasión de Cristo basta para servir de guía y modelo a toda nuestra vida. Pues todo aquel que quiera llevar una vida perfecta no necesita hacer otra cosa que despreciar lo que Cristo despreció en la cruz y apetecer lo que Cristo apeteció. En la cruz hallamos el ejemplo de todas las virtudes.
Si buscas un ejemplo de amor: Nadie tiene más amor que el que da la vida por sus amigos. Esto es lo que hizo Cristo en la cruz. Y, por esto, si él entregó su vida por nosotros, no debemos considerar gravoso cualquier mal que tengamos que sufrir por él.
Si buscas un ejemplo de paciencia, encontrarás el mejor de ellos en la cruz. Dos cosas son las que nos dan la medida de la paciencia: sufrir pacientemente grandes males, o sufrir, sin rehuirlos, unos males que podrían evitarse. Ahora bien, Cristo, en la cruz, sufrió grandes males y los soportó pacientemente, ya que en su pasión no profería amenazas; como cordero llevado al matadero, enmudecía y no abría la boca. Grande fue la paciencia de Cristo en la cruz: Corramos en la carrera que nos toca, sin retirarnos, fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe: Jesús, que, renunciando al gozo inmediato, soportó la cruz, despreciando la ignominia.
Si buscas un ejemplo de humildad, mira al crucificado: él, que era Dios, quiso ser juzgado bajo el poder de Poncio Pilato y morir.
Si buscas un ejemplo de obediencia, imita a aquel que se hizo obediente al Padre hasta la muerte: Si por la desobediencia de uno -es decir, de Adán- todos se convirtieron en pecadores, así por la obediencia de uno todos se convertirán en justos.
Si buscas un ejemplo de desprecio de las cosas terrenales, imita a aquel que es Rey de reyes y Señor de señores, en quien están encerrados todos los tesoros del saber y el conocer, desnudo en la cruz, burlado, escupido, flagelado, coronado de espinas, a quien finalmente dieron a beber hiel y vinagre.
No te aficiones a los vestidos y riquezas, ya que se repartieron mis ropas; ni a los honores, ya que él experimentó las burlas y azotes; ni a las dignidades, ya que le pusieron una corona de espinas, que habían trenzado; ni a los placeres, ya que para mi sed me dieron vinagre.
lunes, 28 de enero de 2013
jueves, 10 de enero de 2013
EL NOMBRE DE JESÚS
Fundamento de la fe es el nombre de Jesús,
mediante el cual somos constituidos hijos de Dios
Éste es aquel santísimo nombre anhelado por los patriarcas, esperado con ansiedad, demandado con gemidos, invocado con suspiros, requerido con lágrimas, y donado al llegar la plenitud de la gracia. No pienses en un nombre de poder, menos en uno de venganza, sino de salvación. Su nombre es misericordia, es perdón. Que el nombre de Jesús resuene en mis oídos, porque su voz es dulce y su rostro bello.
No dudes, el nombre de Jesús es fundamento de la fe, mediante el cual somos constituidos hijos de Dios. La fe de la religión católica consiste en el conocimiento de Cristo Jesús y de su persona, que es luz del alma, franquicia de la vida, piedra de salvación eterna. Quien no llegó a conocerle o le abandonó camina por la vida en tinieblas, y va a ciegas con inminente riesgo de caer en el precipicio, y cuanto más se apoye en la humana inteligencia, tanto más se servirá de un lazarillo también ciego, al pretender escalar los recónditos secretos celestiales con sólo la sabiduría del propio entendimiento, y no será difícil que le acontezca, por descuidar los materiales sólidos, construir la casa en vano, y, por olvidar la puerta de entrada, pretenda luego entrar a ella por el tejado.
No hay otro fundamento fuera de Jesús, luz y puerta, guía de los descarriados, lumbrera de fe para todos los hombres, único medio para encontrar de nuevo al Dios indulgente, y, una vez encontrado, fiarse de él; y poseído, disfrutarle. Esta base sostiene la Iglesia, fundamentada en el nombre de Jesús.
El nombre de Jesús es el brillo de los predicadores, porque de él les viene la claridad luminosa, la validez de su mensaje y la aceptación de su palabra por los demás. ¿De dónde piensas que procede tanto esplendor y que tan rápidamente se haya propagado la fe por todo el mundo, sino por haber predicado a Jesús? ¿Acaso no por la luz y dulzura de este nombre, por el que Dios nos llamó y condujo a su gloria? Con razón el Apóstol, a los elegidos y predestinados por este nombre luminoso, les dice: En otro tiempo fuisteis tinieblas, mas ahora sois luz en el Señor. Caminad como hijos de la luz.
¡Oh nombre glorioso, nombre regalado, nombre amoroso y santo! Por ti las culpas se borran, los enemigos huyen vencidos, los enfermos sanan, los atribulados y tentados se robustecen, y se sienten gozosos todos. Tú eres la honra de los creyentes, tú el maestro de los predicadores, tú la fuerza de los que trabajan, tú el valor de los flacos. Con el fuego de tu ardor y de tu celo se enardecen los ánimos, crecen los deseos, se obtienen los favores, las almas contemplativas se extasían; por ti, en definitiva, todos los bienaventurados del cielo son glorificados.
Haz, dulcísimo Jesús, que también nosotros reinemos con ellos por la fuerza de tu santísimo nombre.
EL NOMBRE DE JESÚS
Del "Quadragesimale" de San Bernardino de Siena
Amar al que es difícil de amar
Imagínate que te estás muriendo en este momento.
Te acercas a la puerta entre la tierra y el cielo, y Jesús viene a darte la bienvenida, pero él se ve exactamente como la persona que menos te cae bien:
ese ex-esposo o sacerdote escandaloso o el empleador que te despidió o ______. ¿Correrías hacia él o lejos de él? ¿Lo podrías abrazar, o más bien le darías un puñetazo en la nariz?
En la primera lectura de hoy, leemos que cualquiera que reclama amar a Dios mientras odia a alguien más es un mentiroso. ¿Si nosotros no podemos amar a alguien que está palpablemente presente ante nosotros, cómo podemos amar a Jesús que es invisible? ¿Si nosotros no le damos amor a una persona que podemos tocar, cómo podemos dar amor al Espíritu Santo? ¿Y si nosotros no amamos a cada hijo del Padre que quiere a todas sus creaciones, cómo podemos sentir su amor por nosotros, especialmente cuando tenemos baja auto estima?
Pensar que podemos amar a Dios pero no al cretino que nos lastimo tanto, es una idea equivocada. El amor intenso con que amamos a los demás, es el amor intenso con el que amamos a Dios, porque lo que le hacemos a los demás también se lo hacemos a nuestro Padre que los creó y al Salvador quien murió por ellos.
El amor es como el agua en la llave de la cocina. Cuándo está cerrada y colocas tu mano debajo de la llave, tú no puedes sentir el agua dentro de ella, aunque está allí, esperando ser descargada. Prende la llave para hacer que el agua salga, y ahora tú mano puede sentir el agua que fluye. El amor de Dios siempre está dentro de nosotros - completamente - pero nosotros no podemos sentirlo a menos que nosotros lo derramemos hacia los demás.
Amar al que es difícil de amar no significa permanecer cerca a los que nos abusan, pero si estamos cerca de Dios, tenemos interés en ellos tal como él lo tiene. Amar al que es difícil de amar significa que nos preocupa sus almas. Significa perdonarlos y seguir adelante en vez de mantenernos atascados en nuestra ira esperando que ellos se arrepientan. Significa rezar por ellos, no solamente pedirle a Dios que los cambie para que nuestra vida pueda ser más fácil, sino para que ellos entren más completamente en el amor de Dios para su propio beneficio.
Amar al que es difícil de amar requiere que mantengamos fijamente nuestra mirada en Jesús, porque confiamos en que Dios hará que algo bueno resulte de todo. Significa responder a sus males con el amor de Dios al mismo tiempo que mantenemos las fronteras del amor sano.
Cuándo amamos al que es difícil de amar, Jesús nos consuela con palabras de la lectura del Evangelio de hoy: ¡"El Espíritu del Señor está sobre mí, y yo comparto esto contigo, mi amigo precioso! El Padre me ha ungido para traerte buenas noticias a ti, para proclamarte la libertad en tu cautiverio, para darte la vista cuando los problemas te ciegan, y para liberarte de la miseria causada por el mal".
Cuando nosotros amamos al que es difícil de amar, nuestra alegría no viene de ver que los demás cambian. Nuestra alegría viene de conocer el amor profundo de Dios, mientras recibimos su abrazo cariñoso y consolador.
Reflexión de la Buena Nueves Jueves de la Epifanía
10 de enero, 2013
sábado, 5 de enero de 2013
EPIFANÍA DEL SEÑOR
Queridos hermanos y hermanas:
Celebramos con alegría la Epifanía del Señor, es decir, su manifestación a los pueblos del mundo entero, representados por los Magos que llegaron de Oriente para adorar al Rey de los judíos. Estos misteriosos personajes, observando los fenómenos celestes, vieron aparecer una nueva estrella e, instruidos también por las antiguas profecías, reconocieron en ella la señal del nacimiento del Mesías, descendiente de David (cf. Mt 2,1-12).
Por consiguiente, desde su primera aparición, la luz de Cristo comienza a atraer hacia sí a los hombres «que ama el Señor» (Lc 2,14), de toda lengua, pueblo y cultura. Es la fuerza del Espíritu Santo que mueve los corazones y las inteligencias que buscan la verdad, la belleza, la justicia y la paz. Es lo que afirma el siervo de Dios Juan Pablo II en la encíclica Fides et ratio: «El hombre se encuentra en un camino de búsqueda, humanamente interminable: búsqueda de verdad y búsqueda de una persona de quien fiarse» (n. 33): los Magos encontraron ambas realidades en el Niño de Belén.
Los hombres y las mujeres de toda generación, en su peregrinación, necesitan orientarse: entonces, ¿qué estrella podemos seguir? La estrella que había guiado a los Magos, después de detenerse «encima del lugar donde se encontraba el niño» (Mt 2,9), terminó su función, pero su luz espiritual está siempre presente en la palabra del Evangelio, que también hoy puede guiar a todo hombre a Jesús.
La Iglesia hace resonar con autoridad esa palabra, que no es más que el reflejo de Cristo, verdadero hombre y verdadero Dios, para toda alma bien dispuesta. También la Iglesia, por tanto, desempeña en favor de la humanidad la misión de la estrella. Asimismo, algo semejante se puede decir de todo cristiano, llamado a iluminar, con la palabra y el testimonio de su vida, los pasos de los hermanos.
Por eso, ¡cuán importante es que los cristianos seamos fieles a nuestra vocación! Todo auténtico creyente está siempre en camino en su itinerario personal de fe y, al mismo tiempo, con la pequeña luz que lleva dentro de sí, puede y debe ayudar a quien se encuentra a su lado y tal vez no logra encontrar el camino que conduce a Cristo.
Benedicto XVI, Ángelus del 6-I-08
domingo, 2 de diciembre de 2012
miércoles, 31 de octubre de 2012
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